La Petición a San Antonio

I. El hogar en la loma
Don Hilario vivía en una humilde choza sobre la colina que mira al Poblado de Micoxtla. Con su esposa y cinco chamacos, la despensa apenas alcanzaba para unas tortillas, frijoles y chiles silvestres —chiltepín, habanero— junto con quelites de monte que, aunque sabrosos, nomás no llenaban del todo. Cuando era temporada, recogían frutillas silvestres: zarzamoras, tazhuates, y los huazontles, citlalis y otros jitomates silvestres de la hortaliza familiar.

La carne fresca era rara en estas tierras; la caza nocturna era costumbre de montaña. Armados con su rifle heredado de los bisabuelos, Don Hilario y los suyos salían a buscar toche, tepetoche o tlacuache. Entre árbol y árbol, hasta alguna ardillita despistada acababa en un guisadito de domingo.

II. El ruego al santo
Una tarde, hambriento de verdad, Don Hilario bajó de su tablita a San Antonio y, con voz de hombre de campo, le soltó:

“San Antonio, escúchame bien. Ando con tremendo antojo de un buen trozo de carne. Esta noche me voy de caza y te pido que me señales un animal sabroso pa’ saciarme. Si me ayudas, ahí mismo en el tianguis del domingo te compro tu veladora, ¿va?”

Con la promesa en el aire, la luna salió suave y Don Hilario se adentró en el monte, buscando entre claros bañados de luz plateada.

III. El mazate y la puntería
De pronto, ¡órale!, apareció un mazate —un venadito casi extinto en estos rumbos— husmeando con confianza. El corazón a mil, Don Hilario alzó el cañón, calculó la distancia y jaló el gatillo.
El estampido retumbó en la noche y el animal quedó quieto, de trompa sobre la pradera. “¡No’mbre, qué puntería!”, gritó Don Hilario, orgulloso. “San Antonio, fíjate, fue puro talento. Pa’ tu veladora tendrás que esperar un poco más, ¿eh?”

Con paso presuroso se acercó al trofeo… pero, ¡zas!, el mazate se levantó de un brinco y desapareció entre la maleza.

IV. La lección de San Antonio
Petrificado y con el corazón encogido, Don Hilario se quedó mirando el lugar donde el venado se esfumó.

“¡Pero qué me haces, San Antonio! Te prometí la veladora, trajiste el animal… y ahora resulta que ni broma entiendes.”

Desde entonces, en Xico se cuenta que a veces la puntería brilla más que la recompensa, y que San Antonio, con su misterio, nos recuerda valorar lo que realmente conseguimos.